VIAJE A LAS ANTILLAS
en velero
por Augusto H Ortiz
Cursaba el verano de 1975. Yo había comprado el velero Sura III el año anterior y quería tener una aventura en él. Me proponía ir a las Antillas Menores.
No tenía suficiente experiencia, por supuesto, ya que apenas hacía unos pocos años me había interesado por el mar, aprendiendo primero a bucear (donde perdí el miedo al mar) y luego, en 1972, comprando mi primera embarcación: una Boston Wailer usada, con un motor Johnson nuevo a la cual bauticé "Denébola Johnson". Después tuve un velero O’Day Rhodes 19 que compramos entre cuatro profesores de Matemáticas y lo usamos para aprender a navegar a vela. Yo sabía que iba a querer un bote más grande y que no podría costear uno de motor.
Tomé cursos del Coast Guard Auxiliary y un curso de Navegación de Altura (Celestial Navigation) del Coast Guard. Supuse que estaba debidamente preparado para iniciar esa aventura. La única excusa que puedo dar es que apenas tenía 30 años de edad. En el año 1974 había navegado las Islas Vírgenes.
Conseguí un tripulante que me acompañara y cargué el bote con mucha compra. Navegué solo desde La Parguera hasta Naguabo a donde llegué de noche. Ese día había salido de Guayama, si mal no recuerdo, y esperaba llegar temprano ya que al otro día mi familia iba a encontrarse conmigo en Naguabo. Había poco viento y decidí usar el motor. El bote era un Westerly 23', hecho en Gran Bretaña en 1969 y trajo un motor Volvo Penta diesel de un cilindro y 7 caballos de fuerza, creo.
Se acercaba la noche y el motor se apagó. Descubrí que se había quedado sin combustible así es que le llené el tanque pero no quiso prender. Me resigné a usar las velas para llegar. Ya estaba frente a Palmas del Mar y la luna estaba llena lo cual me ayudaba mucho. Cuando menos lo esperaba comenzó un eclipse y la luna quedó bien linda y yo quedé sin ver hacia dónde iba. Disfruté el eclipse completo, nunca había visto un espectáculo semejante. A lo lejos divisé las luces de Naguabo y seguí, barloventeando, hasta llegar bien tarde en la noche. Anclé bastante afuera por precaución. Por suerte no había marejada.
Al otro día llegó mi esposa Haydée, mis hijos Ingrid, Augusto y Jorge con mi hermano Carlos quien me dijo que había que desangrar el inyector (se me había olvidado).
Fuimos a Vieques, Culebra, St. Thomas, St. John, Tortola, algunas islas pequeñas y Virgen Gorda. Los nenes gozaron mucho en los Baños de Virgen Gorda, con las piedras inmensas. Nosotros también disfrutamos mucho pero Haydée se marea bastante. Regresamos a St. Thomas donde la familia regresó a Puerto Rico en avión y yo recogí a mi tripulante Tom Smoyer, un fotógrafo profesional que también trabajaba en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez.
Fuimos hasta Virgen Gorda y salimos hacia Granada, 450 millas al sureste, a vela, sin ver tierra, utilizando solamente el sextante y la brújula para dirigirnos. (Nota: en el 1975 no existía el GPS).
El tiempo estaba bueno. Tuvimos viento todo el camino, pero estaba fuerte y las olas eran más grandes de lo esperado. El movimiento era bien incómodo y cada cierto tiempo una ola golpeaba el Sura III con mucha fuerza y nos mojábamos mucho. Estuvimos cansados todo el tiempo y apenas podíamos cocinar. Pasábamos la mayor parte del tiempo acostados. Hacíamos guardia cada 4 horas. No sabía que tenía que poner el bote al pairo (con la mayor bien acotada y el foque acotado a barlovento) para cocinar y comer ya que el movimiento es controlado.
Vimos dos barcos grandes durante el viaje. Saliendo de Virgen Gorda se nos acercó bastante una embarcación con luces grandes para poder identificarnos. Yo desperté de casualidad y prendí las luces de navegación en seguida. También alumbré las velas con una linterna. El barco siguió su rumbo y yo sentí un alivio. Parece que nos veían en su radar porque yo había puesto un reflector de radar en el mástil. El otro barco que vimos pasó bien lejos.
A pesar de la incomodidad yo pude tomar dos medidas del sextante diarias y así saber por dónde ibamos. Una medida era a las diez de la mañana cuando el sol estaba a 90° del rumbo nuestro. La línea de posición salía exactamente por donde íbamos. La otra observación era al mediodía. Esa observación siempre da la latitud en que estamos y, gracias al rumbo que llevábamos, nos daba el progreso que habíamos logrado desde el día anterior [ver Apéndices].
Un día se detuvo el reloj. Para las observaciones del sextante es indispensable un reloj bueno, preferiblemente un cronómetro. Mi suegro me había prestado un reloj pulsera de buena calidad pero se le daba cuerda cuando uno lo movía al andar. Yo lo llevaba en una tablilla del bote para que no se me perdiera pero este día se me había olvidado darle cuerda y se paró. Me di cuenta cuando iba a tomar la observación del sextante. Me asusté y me dio vergüenza pero recordé que tenía un radio de onda corta con el cual se podía escuchar la señal del reloj atómico en Colorado. No sabía si llegaba la señal hasta esta latitud pero me amanecí esa noche hasta que logré apuntar el error de mi reloj.
La velocidad promedio de Sura III es de 3.5 nudos, cosa que ya yo sabia, por experiencia. Nos desviamos un poco del rumbo, posiblemente por la dificultad de leer la brújula cuando hay tanto movimiento. Pudo haber una corriente, pero yo lo dudo. Llegamos a Granada después de 5 días y 6 horas de haber salido de Virgen Gorda.
— "Tuto, sal para acá para que veas esto".
Yo me imaginé lo que era, pero cuando vi a Granada se me formó un taco en la garganta. Ahí estaba, donde se suponía que estuviera, sólo que la bruma no nos la dejó ver antes.
Me dirigí directamente hacia la isla por seguridad, en vez de seguir hacia St Georges, nuestro destino, la capital de Granada y el puerto de llegada. Cuando nos hubimos acercado a la isla seguimos su costa hacia el sur hasta llegar a puerto. Tiene una bahía pequeña y bonita. Las casas son de colores lindos.
Aprendí varias lecciones en el viaje: aprender y practicar el rizo de las velas antes de navegar por primera vez, no visitar demasiados sitios en tan poco tiempo. El viaje ideal es pasar todo el tiempo en un solo sitio, preferiblemente cercano, como La Parguera, Bahía de Jobos y Culebra. Allí se puede explorar con calma los alrededores.
A continuación la carta náutica para el viaje de 450 millas y unas páginas del cuaderno de bitácora del regreso hacia Puerto Rico.